jueves, noviembre 11, 2010

OTOÑO AMARILLO.

Está siendo un otoño entre amarillo y gualda. El rojo lo ponen los saharauis una vez más.
Como todos aquellos que han dejado las metralletas (tantos y tantos en América Latina) y se fían de las convenciones, las naciones desunidas o incluso las unidas, van poco a poco quedándose sin fuerza, aunque sean muchos sus argumentos, y al final lo más que logran -con los años- es colocar a un ex-guerrillero como alcalde, incluso de presidente de algún país desapercibido (con todos mis respetos y admiración).
El hecho de vivir a diario en el hipertexto y en sus enlaces me hace irme por los Cerros de Úbeda, que la verdad no me quedan tan lejos.
Si decía al principio que este otoño es amarillo, no sólo lo digo por la mirada biliar del tal Bene Dicto (del que he conseguido no hablar en todo el tiempo, antes y durante) y sus acólitos, todos de mirada amarilla, falsa, impía.
Pero si estamos ante un otoño amarillo algo tendrán que ver la hojas de los árboles, sobre todo de los chopos, que han amarilleado muy pronto y se han resistido -impertinentes- a caer al suelo, a la hojarasca para convertirse en humos, o tierno lecho de amantes desesperados.
Esta mañana he visto grullas volando, iba en el coche y no pude escuchar el estruendo que las acompaña, pero me ha enternecido la cosa, mientras la tarde ya es noche y escucho a BB King en sus blues más honky town, y el sol se perdió (amarillo) tras las colinas ya hace mucho tiempo.


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