Carreteras Nacionales.
N-625. Mansilla de las Mulas-Arriondas.
La mañana en que Manuel Rivas me ofreció bizcocho había comenzado como cualquier otra, después de un día entero en la calle, cervezas, literatura y rock.
Acababa de tomarme una tostada con mermelada (cosas del norte, que no sólo no saben lo que es la cachuela, sino que ni siquiera de ofrecen un buen chorreón de aceite para regar sus exquisitos panes), pues eso que estaba allí, donde me había alojado la organización de la Semana Negra, y aparece en el otro extremo de la barra Manuel Rivas, a pesar de no ser mitómano, ni acostumbrar dar la chapa a los “famosos”, me dirigí hacía él saludándole sonriente, y estuvimos charlando un rato, y lo más importante para mí, es que me ofreció una porción de su bizcocho, muy entrañable.
Salí de allí, con la intención de caminar al final de la playa de Gijón, por una ruta que había visto hacía unos años, pero fue imposible dejar el coche en ningún lado, estaba todo urbanizado, ajardinado, carrilbicicletado…así que me piré rumbo a Villaviciosa, ya que nunca se sabe que puedes encontrar allí.
Y antes de darme cuenta estaba en Arriondas, en una glorieta con gasolinera, tirolina, pasarela de cuerdas, piraguas y lo más importante pareja verde-amarilla de picoletos, que desde luego no estaban ordenando el tráfico caótico.
En este momento decidí hacer la N-625 y llegar hasta Mansilla de las Mulas. Pero como no llevaba la grabadora a mano, el teléfono lo usaba para hablar y con tanta curva era imposible apuntar lo más mínimo, esta ruta será de memoria, y como se sabe la memoria es engañosa, mentireira y hasta embaucadora, así que no me responsabilizo de nada, ni siquiera de su existencia.
En primer lugar que apenas hay zonas de concentración de accidentes señalados ya que prácticamente es una carretera diseñada para provocar accidentes, estrecha, sin arcén, a veces más estrecha y en una continua curva, contracurva y vuelta a curvar. Otras señalizaciones como vacas y ciervos al acecho no los voy a reseñar ya que es un sobresalto tras otro. Y aunque no tiene señal, hay que tener cuidado porque pueden saltar los salmones para cruzar la calzada.
Decir que esta nacional va contracorriente del Sella, casi desde su desembocadura en Ribadesella (cerca, cerca de Arriondas) hasta su nacimiento junto a la carretera en la Fuente del Infierno, y desde Riaño acompaña a la calzada el padre Esla, después de ser domeñado y remansado en la maldita presa.
En los primeros kilómetros todo es caserío y centros y campamentos de aventura, con piraguas y salvavidas por doquier, coches en todos los arcenes y huecos, y pescadores con la caña a la espalda, esperando pillar cualquier pez desprevenido o pendiente de la convocatoria electoral, por ejemplo.
Así llegamos y pasamos Cangas de Onís, donde el puente romano (ja) es de postal, y las casonas son de quitar el hipo, lo que quitarían los que las construyeron a sus semejantes….
Zigzaguea sin descanso la carretera atravesando pueblines y casas aisladas, el Sella siempre a la derecha marcando nuestro destino en cualquier curva.
Mención especial merece Vega de Cien, más que nada porque un despistado, que venía en sentido contrario, debió de entender “Métele a Cien” pues así venía, y por mi carril….un susto, un cagamento y asunto resuelto.
Así con cuidado y suerte comenzamos el Desfiladero de los Beyos, que es precioso, espectacular, pero la carretera se estrecha más (si, si más) y las curvas forman un sacacorchos… en medio de esta belleza está la Cascada de Aguasaliu, en este época con poco caudal, pero que en primavera es espectacular (digo yo).
Siguiendo, siguiendo y sorteando guiris (nacionales o extranjeros) entramos en León, porque es donde se entra en León, a pesar de cierto cartelón administrativo que no se qué dice.
La carretera comienza a ponerse pindia, y subimos y subimos, y los robles empiezan a enseñorearse del paisaje y Sajambre manda y ordena el territorio. Pasamos junto a la Fuente del Infierno donde nace el Sella, que nos ha abrazado durante todo el camino.
En el Pontón, alcanzamos la altitud máxima del viaje de ese día, no olvidar que habíamos partido del nivel del mar, esto es 0 metros. Hemos subido, como si nada hasta 1280 metros sobre ese 0 que dejamos atrás no hace ni una hora.
Antes de darnos cuenta las colas del siniestro pantano aparecen, con la antigua carretera sumergiéndose directa en los prados inundados, arrebatados a punta de cetme y porra y tente-tieso.
Cruce con la N-621, Unquera-León, que me mira golosita hacia Cantabria, y que comparte trazado hacia el sur durante bastantes kilómetros con mi N-625, y Nuevo Riaño, postizo y alpino, todo cartón piedra salvo la iglesia, que no era la suya, pero allí la montaron. Y el pantano rodeado del circo de picos pelados, calizos, formidables, y los recuerdos, el lastre del pasado, los tejados tan hundidos, como las almas de quienes mandaron el valle a la muerte.
Dejamos atrás la presa, DEMOLICIÓN, pintó durante años, y ya seguimos al padre Esla que escapa tumultuoso abrazando la carretera, con los pueblos, las casas, los campos y los manzanos, que empiezan a estar apetecibles.
Un desvío a la derecha nos llevaría a Sabero, por la N-621, pero no es esa nuestra ruta hoy, no es ese nuestro camino, ni el Museo de la Siderurgia, ni ver los primeros altos hornos, ni nada de eso, ni las escenas de cine mudo.
En Cistierna se estrena una circunvalación que parece capitalina, saltando sobre el rio y dejando a la gris población ladeada, sola a los pies de la peñas, las últimas peñas antes de entrar en la ribera, que se abre y expande, con sus sotos de chopos y algún rebollar descolocado, y el rastrojo del cereal que ya está a buen recaudo.
Y se entra ahora en la Comarca de Rueda y el adobe y el tapial se enseñorean en el caserío, y los pueblos se hacen pequeños y el Esla se acerca y se aleja, a su gusto de la carretera.
Casi antes del morir en Mansilla de las Mulas dejamos una cárcel, si eso es lo que es, allí donde casi no se ve, allí donde no molesta a nadie, allí donde se encierra a personas, no sé por qué, pero se las encierra y mi amigo Jaime Torcida hace revistas y trabaja con ellos.
Y en Mansilla de las Mulas muere este camino, muere tributando en la N-601, muere donde un gran soto de chopos recibe al Esla, que avanza raudo camino del Duero, pero esa es otra historia.