domingo, abril 25, 2010
miércoles, abril 21, 2010
viernes, abril 16, 2010
Carretera Nacional 403. Toledo-Adanero
En las matemáticas siempre nos indicaron que el orden de factores no altera el producto. En los recorridos por las carreteras podría decirse que es igual, aunque no es lo mismo. Los puntos kilométricos crecen o decrecen según el sentido de nuestro camino. Las subidas o bajadas cambian y aunque la dirección siempre es la misma, la impuesta…en ocasiones tomamos el sentido que queremos, que nos toca, que nos obligan o vaya usted a saber.
Realizado el introito vamos allá con la procelosa descripción de nuestro discurrir por la carretera nacional 403. N-403 que une o lleva o manda de Toledo a Adanero pero también de Adanero a Toledo y ese será el sentido del sinsentido que nos lleva a arrostrar este empresa, sin pizca de espíritu caballeresco ni de otro tipo, tal vez sólo son el afán de pasar el rato y vivir para contarlo (en este caso si que no vale el lema de mi camiseta de la otra noche de Beber para contarlo).
Comienza el relato:
Adanero pueblo ciudad o sitio es de donde partimos en pos de esta carretera nacional 403. Al poco de comenzar pasamos sobre la línea de ferrocarril de Ávila-Medina del Campo. El cereal apenas levanta una cuarta, nada que ver con el que hace una semana en la Nacional 630 casi llegaba al medio metro. Al fondo Gredos se encasqueta una nutrida fila de nubes, blancas y perezosas.
Una enorme torre con cigüeñas adosadas preside Pajares de Adaja, en el kilómetro 170. Un camión de recogida de leche, creo que de oveja, para hacer queso duro, picante, puro.
Un pinar escorado a la derecha entre los campos de cereal que se pierden hasta más allá del final de la vista, más pinares, más pinares.
Blasco Sancho queda retirado de la carretera aunque se pasa junto al cementerio y un enjambre de antenas de telefonía y de televisión. Y campos de cereal que quieren crecer, quieren surgir pero están realmente pequeños.
Un caserío deshilvanado, una iglesia-torre-fortaleza, una gasolinera de BP y un pueblo que no sabemos como se llama, un cementerio con sus tres grandes cipreses.
A la derecha Vega de Santa María y a la izquierda Velayos. Tres cruceros de piedra a la entrada de Velayos y un camino con árboles a ambos lados, ¡qué pocos quedan¡. Una carretera une las dos poblaciones atravesando esta nacional que la parte.
Chopos desplumados, en grupitos de diez en diez, de seis en seis, de cien en cien (bueno de cien en cien no hay, aunque queda bonito)...pero chopos desplumados, delgados, camino de Pozanco con otro crucero de piedra mientras entramos en Santo Domingo de las Posadas y somos saludados por un enorme anuncio que dice “Caja de Ávila nuestro interés las personas”, aquí se mezclan distintos tipos de construcciones unas usan adobe, otras granito, se mezcla la reja y la teja.
Primera señal de peligro que vienen los ciervos, aunque curiosamente lo único que nos ataca es un helicóptero militar en vuelo rasante. Cruzamos un arroyo sin nombre, o al menos no ha merecido la atención de los señores de las carreteras. Un arroyo rodeado de chopos desnudos.
Aparece en este momento la obra nuestra de cada día, señales amarillas junto al suelo, un hombre con un mono amarillo agitando una bandera roja arriba y abajo, bandera roja arriba y abajo, bandera roja arriba y abajo. Otro arroyo sin nombre, otra chopera. La obra consiste en este momento en poner zahorra a ambos lados de la calzada.
Es el instante de entrar en nuestro primer kilómetro de concentración de accidentes, somos los últimos de una larga cola de vehículos agolpados por la obra, los accidentes se concentran en el kilómetro 153. Y otro arroyo innominado. Junto a un soto termina el tramo de concentración de accidentes y parece que por ahora hemos tenido suerte.
El paisaje comienza a variar ligeramente, a pesar de que el cultivo predominante continua siendo el cereal, el terreno se ondula; la llanura que nos ha precedido comienza a ocultarse sutilmente entre las lomas y algunos pueblos se enseñorean en su pequeña altura, siempre a la sombra de las iglesias, sus campanarios ahora bajo la protección de las concentraciones de antenas de telefonía móvil.
Otro soto que dibuja el curso de otro arroyo, también sin nombre, al menos en el puente sobre el que lo cruzamos.
Luces de emergencia, luces de divergencia.
Un antiguo puente con pretiles de granito, iremos adentrándonos en las construcciones de granito de manera prodigiosa.
Llegamos al pueblo que veíamos a lo lejos, y que tiene sus cositas y sus abalorios; muros de piedra de granito, se trata de Mingorria, desde aquí se puede ir a San Esteban de los Patos y Tolbaños.
Justo aquí comienzan a aflorar en los campos y en las elevaciones los grandes berrocales, las grandes rocas graníticas erosionadas por siglos y siglos de lluvia, viento, frío, hielo, craquelación; el producto de todo ello son muchas piedras en el campo, rocas junto a la carretera y muros, muros que separan las hijuelas, muros que separan el predio, la herencia de sus mayores.
Salimos y tenemos una gasolinera a la izquierda de nuestras pantallas, una gasolinera de estas de marca desconocida (independientes las llaman). A la izquierda se ve una instalación de RENFE, parece algo para cargar vagones de reparación y cosas de esas.
El paisaje ya ha cambiado, encontramos dehesa, encinas y más encinas, separadas de la carretera por perfectos muros de piedra y en este momento entramos en el segundo tramo de concentración de accidentes, también de un kilómetro de longitud. Una vez más superamos con éxito el desafío, ahora la carretera se ondula, se pega al terreno, sube y baja, las curvas se suceden y las encinas se ciernen sobre la carretera, sobre el muro propietario. Ahora aparece a la izquierda una vía de ferrocarril, con sus catenarias y cada vez más vacía, toda vez que el AVE ahora pasa por Segovia, aunque están de obras, decenas de traviesas (pero de hormigón) se reparten al lado de la vía a la espera de ser colocadas.
Veo gente haciendo deporte, corriendo, imagino que vendrán desde Ávila, con su ropa técnica ajustada, anti todo.
Desde aquí se ve como se van deshilvanando las últimas nieves en las cumbres, cada vez más cercanas. Esperemos poder llegar bastante arriba y disfrutar de esa nieve ya con la primavera rampante.
Volvemos a pasar sobre la línea férrea Ávila-Medina del Campo. Cuando ya nos indica que Ávila ya lo tenemos a 700 metros y aparece una gran rotonda distribuidora del tráfico que nos indica Ávila todo recto y Toledo, Salamanca y Plasencia por la A-51 a la derecha. Seguimos recto ya que es el recorrido de la N-403. Hacemos dos rotondas en subvirage lateral amiotrófico, pasamos delante del cementerio con portada de granito, muros de granito, mausoleos de granito sobre los que sobresale una linterna, rodeada de cipreses, muchos cipreses, en todo su esplendor y belleza.
Al frente aparece la muralla, esa muralla milenaria que parece atrapar a Ávila y no dejarla salir de si misma. Giramos a la derecha y nos aparece un moderno edificio, auditorio, museo o algo así, recubierto de piedra en movimiento, otro edificio que se mueve con decenas de aristas, lo que habrán sufrido los albañiles para colocarlas.
Seguimos rodeando la muralla, el río Adaja aparece a nuestra derecha y lo cruzamos, como todos los ríos este año viene pletórico, el Molino de la Losa adorna la ribera allá abajo. Nos confundimos y en una pequeña rotonda damos la vuelta, o no, pues no damos la vuelta. Seguimos a este lado del río. Nos sorprende que en una ciudad tan ultradecimonónica, ver un resto de chimenea industrial de ladrillo macizo. Y ahora aparece la ruta del colesterol, repleta de grupos de personas aceleradas.
Una rotonda divide el tráfico para la N-110 y la N-403, y volvemos a ver Gredos con un copete de nubes que se abraza a las cimas. Seguimos con la dirección Toledo mientras volvemos cruzar el Adaja que si antes estaba encajonado ahora se desparrama por toda la vega, inundando juntos, brezos, jaramos, marjales y ahora estamos junto a una especie de plaza de toros, donde están los camiones del Circo Americano, el edificio debe ser de estos ambivalente o trifásico, que no mismo sirve para una cosa que para la contraria.
La salida de Ávila es un continuo rotondear de rotondas que se abrazan unas con otros rodeadas de construcciones de edificios horrorosos, unas de otras, y más detrás de las otras y más rotondas que dan acceso a más edificios feos. Al final unos chalets adosados presuntuosos, con piedra pintada, al final unas casitas más bajas y sencillas que son lo único que se libra estéticamente.
Dejamos la última o la penúltima rotonda de todo este grandísimo polígono constructivo ya tenemos las cuestas y curvas que nos van a llevar a La Paramera. El Monasterio de Sonsoles se dispara ante la vista y acercándonos se nos aparece la Residencia Canina Nuestra Señora de Sonsoles, seguramente Nuestra Señora de Sonsoles estará muy contenta con la residencia canina.
Subimos por doble carril, 100 limitación de velocidad. La roca aflora cada vez más rotunda y allá vamos, cuando el camino se empina de verdad.
Las cumbres más elevadas quedan a nuestra derecha con las laderas con sus pueblecitos que tachonan de blanco el paisaje, aquí y allá desperdigados. Y más arriba los jirones de nieve.
Acaba de aparecer un rótulo de Camino de Santiago, ya saben ustedes que dicho camino pasa absolutamente por todos los puntos de la geografía hispana.
Una venta, un gran redil, una casa importante en piedra granítica tallada, aparece a la izquierda. Al tiempo que nuevas señales nos indican que los ciervos pueden abalanzarse sobre nosotros.
El viento sopla inmisericorde en estos momentos, nos zarandea mientras un sol tímido no puede abrirse paso entre las nubes, tan compactas que ni un avión podría cruzarlas.
Pasamos ahora por una gran trinchera practicada en la roca y se nos avisa de peligro de desprendimientos, en el año en que más desprendimientos he visto en mi vida, me alarma me pone en alerta y le pongo el casco al coche por si los pedruscos.
A la izquierda aparece una inmensa nube nodriza, seguramente repleta de cientos de ovnis dispuestos a transitar raudos el cielo terrestre.
Anuncio de fuente, pero no se ven ni colas ni aglomeraciones de personal para llenar sus garrafas. Lo que si se vé es el campo encharcado, lleno de agua un abrevadero con su chorrito...este año tenemos agua.
Un vallado metálico a mi derecha y las inconfundibles señales de coto de caza me ponen de mala leche, al tiempo que entramos en un nuevo tramo de concentración de accidentes en este caso de 3 kilómetros al tiempo que pasamos La Paramera con sus 1.352 metros de altitud, aunque la verdad no lo ha parecido. En un kilómetro se nos reclama atención ya que tenemos curvas para acá y curvas para allá.
Sin darnos tiempo a salir de una concentración de accidentes, nos vemos metidos en otra zona de avalancha de ciervos. Las cumbres están cubiertas por la nubes.
Las laderas se cuadriculan con sus muros divisorios y sus acotaciones, y resultan unas laderas parceladas, divididas por rectángulos, más o menos imperfectos, en ocasiones hasta con lados curvos.
Pasamos sobre un puente de granito de gran cilindrada, pero una vez más no se nos indica sobre lo que estamos pasando.
Las cunetas están muy adecentadas y encauzadas, la carretera está muy bien, los guardarrailes tienen su zona de atención a motoristas, vamos para frenar el impacto de los motoristas.
Ahora lo que se nos van a abalanzar son vacas, de los ciervos hemos pasado al aviso de peligro por vacas. Aunque hay que señalar que mientras la actitud del ciervo es realmente agresiva la de la vaca es mansa y tentetieso.
Estas divagaciones nos cogen desprevenidos ante un nuevo tramo de concentración de accidentes.
En la bajada de esta cordillera vemos un pantano, vemos retazos de la antigua carretera, algunas curvas han sido eliminadas. Vemos una senda o camino a nuestra izquierda, desconocemos a que categoría, etnia o cultura corresponde.
Entramos en El Barraco y no vemos ciclistas. Eso si las luces festivas cruzan la calle-carretera; desconocemos si es por fiestas o por la Semana Santa. Enorme iglesia a nuestra derecha, una mole de granito. A la salida algunas casas viejas que podrían tener su encanto pero que están entre rotas y abandonadas, fanés y descangallás.
Los árboles florecidos se mezclan con los perennes y es un todo un espectáculo de la naturaleza. Con las grandes cimas detrás cubiertas de nubes blancas, enormes, estáticas.
Al salir de la población se nos vuelve a avisar de un peligro de vacas y sin darnos tiempo a precavernos, la señal de ciervos nos avisa, y con tanto aviso de ataques animales vamos con el corazón en un puño.
Todo ello salpimentado con señales de prohibición de adelantar y líneas continuas, que se suceden con ridículos tramos de escuálidos metros donde se permite el adelantamiento, aunque se necesita un formula 1, o una moto de 1000cc para poder hacerlo.
Una gasolinera independiente, marca Juanjo -amarilla-, se presenta de pronto.
Ya estamos en el pantano que veíamos desde arriba. Embalse del Burguillo un sitio increíble, precioso: En el kilómetro 100, ya sólo nos restan ese centenar de kilómetros para llegar a Toledo.
El pedregal se hace enorme y los frutales se multiplican y allá arriba se ven unas cuantas mimosas, que tiñen de amarillo el granito y el verde. Todo es muy bonito, seguramente sea también muy pijo. Lo que no sé es si estará la chica de la curva por aquí o no.
Vamos abrazando el pantano, nos sale una desviación al Valle de Iruelas, que seguramente será una zona preciosa. Hay chalés, no barquitas de pantano, chalés de tomo y lomo. Pinos, abetos, frutales, el agua oscura refulge, con las rocas saliendo del agua hasta la línea de flotación.
Nos cruzamos con la segunda ambulancia del día, con su sirena, luces y abalorios.
Ahora nos topamos con la desviación a Cebreros, el pueblo del chico este...Suárez, no sé si os acordáis de él. Él no.
En este momento pasamos sobre un gran viaducto en curva sobre el río Alberche. Río importante, de cuando en el colegio aprendíamos (a base de repetir canturreando) todos los ríos de España y sus afluentes, pues bien este creo recordar que es afluente del Tajo.
Al salir de la contracurva vemos un poblachón que se llama El Tiemblo, “pero mira como tiemblo, ooooo”.
Un robledal aparece a nuestra derecha, acotado por la propia carretera y un bosque de pinos mas arriba, que lo cierra. Pinos de repoblación, que siempre lo hemos dicho como escupiéndolo, pero ahora que dejen todos los árboles en sus sitios, por favor. Un gran depósito elevado para almacenamiento de sal, o como le dicen ahora fundentes para ayudar a la viabilidad invernal. Se termina el robledal. Nos encontramos con una viña pequeña, mocha.
Entramos en una zona de pinares y se abre un gran valle, se ve un pueblo al fondo, las nubes se van deshilvanando y deshaciendo.
Se suceden las urbanizaciones, setos y jardineros aprestando la cosa porque ya está la Semana Santa encima y vendrán desde Madrid las huestes.
Cuando no hemos recorrido aún ni 100 kilómetros hay un hecho curioso, los chopos que estaban allá por Ávila estaban grises, casi muertos, comatosos, aquí empiezan a reverdecer sus puntas, las hojas verdi-amarillas. Mientras dejamos atrás la provincia de Ávila y finalmente la Comunidad de Castilla y León.
Nos vamos acercando a la provincia (y Comunidad Autónoma) de Madrid, y a la población de San Martín de Valdeiglesias. Y ahora resulta más curiosa la señalización que nos indica que incluso aquí en Madrid, hay ciervos deseosos de saltar a la carretera y embestir a los automóviles. Todo esto son tierras de pastos, alguna viña diseminada y árboles. Un peregrino con sus bastones extensibles y su mochila se cruza en mi camino y allá se pierde en el retrovisor, que lleves buen camino hasta Santiago, compañero.
Sin llegar a entrar en San Martín de Valdeiglesias tomamos una circunvalación que va bordando el pueblo con sus rotondas, adornadas con olivos, y sus desviaciones como la que nos envía a Plasencia por la M-501. Otra a Brunete, Madrid, de pronto la civilización se derrocha en carreteras que se cruzan, puentes y desvíos.
A la vez que vemos la desviación para Cadalso de los Vidrios, comenzamos a ver los maravilloso pinos piñoneros que nos acompañan con sus troncos impresionantes y su copa cual brecol gigante. Algunas mimosas salpican el verde de los pinos componiendo una mezcla de verdes y amarillos. Resumido en la hierba que crece tierna y vibrante, tan rica.
Sin darnos cuenta entramos en la provincia de Toledo en la Comunidad Autónoma de Castilla-La Mancha.
El pinar se va cerrando en espesura, las copas y las ramas cierran el bosque y nos ameniza este tramo con su belleza vegetal.
De pronto sin darnos cuenta dejamos atrás Escalona, que después comprobaremos que se llama Escalona del Alberche, con una magnífica muralla (con castillo-palacio mudejar). Olivos alineados, podados, en perfecta formación para pasar revista. Mimosas, encinas, setos, más setos y flores amarillas, no confundir con flores a maría. Flores amarillas.
Aquí paramos a desayunar que ya va siendo hora. Una leche manchada y media tostada con aceite.
Seguimos por la carretera unos cuantos kilómetros y comenzamos a ver el Castillo de Maqueda en la distancia.
Una nueva estación de servicio naranja, Meroil. Y se me atraganta la vida...se me atraganta.
Un castillo de exin castillos, tu castillo de exin castillos, mi amor, tu castillo rumbo al norte, rumbo al este, rumbo al noreste.
El trigo según avanzamos hacia el sur está más compacto, más alto, y mis lágrimas también.
En Maqueda pasamos bajo la N-IV, convertida hoy en A-4.
A la derecha de esta N-403, tenemos las obras de una autovía, que será la que en un futuro sustituya a esta nacional.
Una gasolinera FF, por aquí, más adelante una de Cepsa que quedará como un islote entre la nacional y la autovía. Y ya sólo nos restan 17 kilómetros para llegar a Toledo, fin de la ruta. Encontramos grandes barbechos. Las señales nos informan de que además de un señor con una pala, una vaca está dispuesta a arrojarse sobre nosotros, una salida de camiones, que estemos atentos, un despeñadero y los chopos por aquí ya empiezan a reverdecer de una forma espectacular. Otro indicador dice Puerta oro de Toledo, imagino que una urbanización o algo así. Y árboles diseminados, hasta unas frondosidades allá a lo lejos.
Villamiel de Toledo y Toledo y Bargas. Y aparece un peregrino...pero de vuelta, va en dirección a Toledo, con su concha y su bordón de madera.
En este momento atravesamos el río Guadarrama lo cual nos coge por sorpresa y por eso quedamos impresionados. Gran vegetación de ribera que comienza a despuntar con sus hojas, no vemos el agua.
Una desviación nos quiere remitir a Madrid y diversos sitios, así que hacemos caso omiso y continuamos a Toledo. Una pequeña señal indica Toledo, pero tampoco hacemos caso, ya que lo nuestro es seguir siempre recto.
Estamos en lo que es la calzada de la futura autovía, aunque sólo está en uso un sentido, eso si con su radar fijo (fijo que te caza si te descuidas). Hay que tener mala lecha para poner un radar en zona de obras, pero ya sabemos como nos protege la DGT.
Cuando todavía faltan 7 kilómetros para terminar esta N-403 aparece un cartel que nos da la bienvenida a Toledo. Empiezan a recortarse en el horizonte los campanarios eclesiales y resto de torres incluso vemos los primeros aerogeneradores a un lado, allá lejos. Pasamos sobre un canal, sin nombre ni nada. Y tenemos el Observatorio Geofísico del Instituto Geográfico Nacional del Ministerio de Obras Públicas y Transportes (así se llamó). Y ahora si, ya pasamos el cartel oficial de Toledo, al fondo allá arriba vemos el Alcazar, que sigue sin rendirse, y así son las cosas y así se las hemos contado. Enlazaremos con la N-401 hacia Ciudad Real. El Tajo, aquí está el Tajo, un precioso molino junto a su cauce, un puente de mucho ringo-rango. Y no entramos, no entramos porque nos vamos a recorrer la Nacional 401.
lunes, abril 12, 2010
The Blank Generation. Antonio Orihuela
THE BLANK GENERATION
Antonio Orihuela
Hace treinta años, en el pueblo,
era fácil encalar la fachada de tu casa.
Hoy tienes que pedir un permiso especial en el ayuntamiento,
una especie de disco de papel con el prohibido aparcar,
y espacios destinados a contar la película.
Todo el pueblo se entera de que vas a pintar
menos los que no saben donde dejar el coche
y se limpian el culo con las ordenanzas municipales.
Desde el día que llegamos a la casa de la abuela
mi mujer me había estado diciendo
que había que pintar la fachada,
me lo dijo unas cuarenta millones de veces,
así que ahí estaba yo,
al final de las vacaciones,
pegando el dichoso cartel
un par de tardes antes de marcharnos de allí
hasta las siguientes vacaciones.
Había quedado a las ocho de la mañana con un pintor
porque no me gusta pintar solo.
Me levanté a las siete y media, desayuné,
llené media calzada de cajas de tomates,
que siguen siendo la contraseña de toda la vida
para evitar que alguien aparque delante de tu puerta,
y me senté a esperar al pintor.
Habíamos quedado a las ocho
y se presentó con puntualidad andaluza
a las nueve y media.
Se justificó diciéndome que se había acostado a las cinco,
que había estado toda la noche pinchando.
-¿Qué eres, practicante?
-No, pinchadiscos.
Pensé que ya nadie pinchaba discos.
-Bueno, es una forma de hablar,
aunque cuando empecé aún había platos.
Le pregunté la edad,
no recuerdo si me dijo que tenía 24 o 32 años.
-¿Y tú?, treinta y seis, ¿no?
Me eché a reír.
-Tampoco eres tan viejo.
-Cuarenta y dos ¿No has visto mis canas?
David me contó
que había sido el último disc-jockey de la discoteca del pueblo,
antes de que la gente joven dejara de pensar en serlo
y sólo quisieran convertirse
en Hermano Mayor de una cofradía de penitencia o de rocieros.
Entonces tuvieron que cerrar.
-¿La conociste?
Conocí a casi todos los disc-jockey que pasaron por aquel antro,
y antes a los de la Barbacoa y El Patio,
donde si acaso se pinchaba algo
era ya alguna vena.
-Yo conocí a Ángel, el que murió de sobredosis.
Mis recuerdos aún son más viejos,
le digo al rulo de pintar,
y mientras la voy extendiendo
aparecen en la pintura fresca
escenas de aquel tiempo,
cuando mi vida,
que fue de niño muy lenta,
comenzó a acelerarse,
allá por 1984,
cuando reunimos unas pocas miles de pesetas,
nos pusimos a mirar en El Cambalache
y compramos el equipo de música y los instrumentos
de una banda que hacía bodas y bautizos
y acababa de pasar entera,
en un accidente de automóvil,
a mejor vida.
Alquilamos un garaje
y le buscamos un sonoro nombre a nuestro grupo:
Mi Novia la Barra.
Un grupo que era sólo casi ese nombre,
porque todo lo demás eran peleas.
El Rubio quería que tocáramos rockabilly
y que vistiésemos con ropas vaqueras
y sombreros tejanos
y gafas Ray Ban.
Fran, el batería, estaba por el rollo de darle duro,
algo muy punky que aderezar con las fumatas de papel de plata.
Jesús, Víctor y yo estábamos por otras historias,
no nos queríamos parecer a nadie,
estábamos por hacer mucho ruido, de acuerdo,
pero sin concesiones,
no íbamos a tocar sevillanas
por mucho que nos las pidieran en los conciertos.
Por lo demás, nos llevábamos bien,
ninguno tenía mucha idea de música
y eso siempre facilita las cosas,
las letras las ponía yo, pura caña,
había que escupir sobre lo establecido,
así que íbamos a salir a tocar para machacar
el modelo de éxito social que, entonces,
se encarnaba en el banquero repeinado con gomina y traje oscuro.
Ese sería nuestro uniforme,
queríamos llegar a la gente
aunque después vimos que a la gente
le importa todo un carajo.
Tampoco tuvimos muchas ocasiones,
sólo llegamos a tocar en un par de veces,
aunque eso no quita que El Rubio y Fran
estuvieran todo el día de gira,
a veces me apuntaba yo, otras
la furgoneta iba completa
camino de las tierras de la Tranquilidad,
la Serenidad
y la Paz.
Estábamos en el garaje ensayando
y comenzábamos a ver a través de las paredes,
tocábamos entonces piezas auténticamente hermosas,
tanto que cuando todo acababa
nadie recordaba un solo acorde.
Mi Novia la Barra
dio su primer concierto en el bar de Camilo,
un concierto para cinco amigos,
todo muy selecto.
Canté completo el Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz
para una versión de guitarras fritas
bajo y batería.
Aún conservo la grabación.
Todo un éxito de público y crítica.
La fiesta para celebrar nuestro bautismo de fuego
se celebró allí mismo y se alargó hasta el amanecer.
Me recuerdo revolcándome en pelotas con Jesús
y dos relucientes americanas que no sé de dónde coño habrían salido
por una superficie costrosa y llena de cristales rotos
que aquella noche hizo las veces de suelo.
También de Jesús vertiendo un resto de gin tonic
sobre un cenicero tuberculoso lleno de colillas
y bebiéndoselo sin rechistar.
Era verano, hacia calor,
abríamos las cervezas, las agitábamos bien
y nos duchábamos con ellas, después
seguíamos rodando por el suelo,
medio a oscuras,
perseguidos por la música de The Stooges,
revolcándonos con aquellas chicas salidas de ninguna parte
y que nadie volvió a ver nunca más.
En nuestro primer concierto hubo muerte y resurrección,
Fran y El Rubio se piraron a buscar jaco
en cuanto dejaron de sonar los aplausos.
Fran y El Rubio eran carne picada,
currantes de diecisiete años en la albañilería y los comercios,
desertores del instituto donde el resto
seguíamos penando veinte años y un día
rodeados de imbéciles llenos de granos con problemas en la piel,
pajilleros y preciosidades que querían casarse por la Iglesia
y fundar una familia.
Paz y Amor hasta que el dinero y las polacas os separen para siempre,
debería haber dicho el cura durante todos esos años,
mis años ochenta,
los años de la Generación Vacía,
el envés de estos de la Generación Ahíta,
aunque entonces como ahora
tampoco esté pasando nada.
Los años de la Generación Vacía.
Los hippies se habían reconvertido en políticos de lo posible
y en la izquierda del consenso.
Los punkis derrotados por Reagan, muertos o en trance de ello,
la movida controlada por el Estado,
desinfectada y exportada por el Ministerio de Cultura
dentro de cajitas de bombón glasé
como la nueva imagen de España en el mundo.
Los políticos y las compañías
se habían puesto de acuerdo para apoderarse de la cultura
y ya no nos pertenecía, bien,
se podían quedar con toda aquella basura de la pintura figurativa,
el rey del pollo frito, el tecno pop
y toda aquella música de entonces que era una mierda total
tocada por conejitos duracell que iban de gira
si antes les habían dado cuerda en una multinacional.
No teníamos nada que recuperar
de un mundo que sólo nos ofrecía paro, drogas
y muchas cosas de las que quejarnos.
Si acaso, lo que teníamos era que destruir el capitalismo,
crear sobre sus cenizas nuestra propia forma de vida,
trabajar por la anarquía con la imaginación,
desde nuestras imperfecciones,
poniendo creatividad en la vida
que hasta entonces sólo nos había querido mostrar
su lado más vergonzoso y estúpido.
Eso pensábamos, nosotros
que vivíamos en el culo del mundo,
queriendo ir más allá, más allá,
queriendo hablar a la gente de revolución,
a la gente que le importa todo un carajo.
Ratas, numeradas ratas, decía uno de nuestros temas.
Tú eres la luz entrando por la ventana, decía otro
que tenía mucho del Jesús de la Rosa de Tu Frialdad
y la atmósfera de King Crimson
y el corazón de la Patti.
Tarareaba aquellas canciones increíbles
y el mundo cobraba un extraño aspecto,
como más brillante, más nuevo y apetitoso.
Cantaba aquellas canciones
y tenía la certeza de que todo se llenaba
de una magia tal que parecía que Dios
se había puesto por fin a trabajar.
Qué bien sonábamos de viaje por aquel garaje,
nosotros que apenas éramos
también gente quemada,
tipos pobres que sabían que era mejor no hacer preguntas
cuando alguno llegaba al garaje con un puñado de púas,
un pie de micro, un ampli, y hasta con un sintetizador,
tipos sin suerte con las buenorras casaderas
que nos habían puesto muy al final en su lista de posibles,
gente sola
que buscaba en la música
una forma de estar con alguien sin tener que hablar,
que buscaba en las drogas
un carril bus
por el que alcanzar un estado de plenitud tal
que parecíamos cinco muñecos de la Goodyear
a punto de estallar y diseminarnos en el aire.
Salíamos así de puestos a tocar,
dando todo lo mejor que teníamos dentro
aunque delante no hubiera nadie,
como nos pasó en un concierto que dimos en Nerva
y que en teoría tenía que ser gratis
porque lo pagaba la diputación,
pero a la concejala de turno
se le ocurrió cobrar mil pesetas de entrada
como si fuéramos los Rollings.
Toda la peña del pueblo, a excepción de la concejala y su marido
estaba afuera, expectante por oír, aunque fuera de lejos, a aquel grupo
que no conocía nadie y que cobraba mil pelas de entrada,
así que le dijimos a la señora concejala
que o dejaba entrar a la gente
o nosotros tocábamos en la calle
y entraron.
Tocamos aquella noche porque teníamos un sueño,
porque habíamos mirado dentro de él
y el sueño nos pareció bueno, muy bueno
y cargado de los mejores augurios.
Tocamos aquella noche para más de cien personas.
¿Te acuerdas, Rubio, te acuerdas, Fran?
Lleváis años bajo tierra pero hay cosas que conviene no olvidar.
El Maja, Lolín, El Vargas, Serena, Fernando El Cojo,
Gonzalito, El Mellizo, Pepín El Chico, el de Zárates,
El Conejo, Pepe Recio...
Ninguno cumplió los cuarenta.
La Generación Vacía,
los chicos de las alegres vacaciones,
todos en un frío agujero bajo tierra,
justo al lado del otro agujero donde nos arrojaron al resto,
adornado con una TV y una hipoteca.
Todos viendo cómo vienen los ángeles a buscarlos,
ángeles afeitados que conducen buenos coches
y les dicen que a partir de ahora
se acabó eso de ir a fichar en el paro,
que van a empezar a trabajar en grandes cosas.
Nuestro segundo concierto
en aquella gira promocionada por la diputación
para animar a los grupos de la provincia
fue en Isla Cristina.
Nos fuimos tempranito con idea de comprar algo de costo
y revenderlo luego en el pueblo y hacernos con algunas pelas,
pero para cuando cayó la noche
ya nos habíamos pulido hasta el que habíamos traído.
Íbamos tan pasados que nada más terminar el primer tema
empezaron a volar latas de cerveza sin abrir,
morteros de tristeza y desolación
cayendo sobre nuestras cabezas,
un espectáculo conmovedor
en el que Fran, parapetado tras la batería,
aún tenía fuerzas para agacharse a recogerlas, abrirlas, beber a morro
y saludar al público haciendo el mono con las baquetas.
No recuerdo cómo salimos de aquella, el caso es que
tuvimos cerveza gratis en el garaje durante varios días.
También chichones, moratones y pequeños cortes
se repartían generosamente por nuestra piel,
pero eso daba igual,
en aquella época la gente parecía de goma, indestructible.
La vida era como en los dibujos animados,
por muchas drogas, peleas y golpes,
nadie se hacía daño de verdad.
Poco antes de deshacer el grupo
grabamos una maqueta a cuatro pistas, en Ramblado,
el estudio más barato que entonces había en Huelva
y que estaba detrás de una tienda de discos.
Como para ingerir drogas no hace falta mucho talento,
llegamos tan ciegos que no atinábamos
ni a montar los instrumentos.
Nos pasamos las cuatro horas que habíamos contratado
yendo y viniendo del cuarto de baño.
Pepe, el técnico de sonido, supermosqueado con el trasiego,
no hacía más que preguntarnos que qué pasaba con tanto viaje al baño.
-Es que cuando actuamos bebemos mucha agua.
Grabamos aquella maqueta
y la enviamos al Espárrago Rock.
Recibí una carta,
nos habían aceptado,
pero estábamos sin un duro
y decidimos ir en autobús,
con los instrumentos en el maletero.
Nos habíamos levantado a las cinco de la mañana
para ir a Huelva,
y desde allí a Sevilla
donde pillar otro bus hasta el Espárrago.
Desayunamos en la estación en plan macrobiótico,
café, tostadas, zumo de naranja
y un poco de polvo de ángel
que había traído Fran
y que nos dijo era ideal
para mantenernos despiertos.
Aquella mañana, sentados en el bar de la estación,
fuimos viendo pasar ante nuestros ojos
todos los autobuses que iban a Sevilla.
Escuchábamos cómo voces de ultratumba los anunciaban por megafonía,
los veíamos arrancar entre estremecidas de gelatina arco iris
y salir con un blando traqueteo líquido de la estación,
en medio de una música que era también
un carrusel de mutaciones de forma y color maravillosas,
que llenaban el aire y explotaban en nuestro interior
provocando oleadas de calor y felicidad.
Nos mirábamos extasiados, conectados,
sincronizados unos con otros
como jamás lo volveríamos a estar,
diciéndonos, sin abrir la boca,
en el siguiente, tíos, eh, venga,
vamos a estar al loro,
en el siguiente nos vamos...
y así se nos hizo de noche.
También pensé en la posibilidad de probar suerte en Madrid,
marcharme solo o con Jesús,
el resto de la banda ya empezaba a estar lo suficientemente enganchada
como para no poder tocar ni la pandereta.
No es que fueran adictos a la heroína,
es que eran adictos a la adicción.
Movidas con camellos, navajas,
préstamos urgentes que jamás se devolvían,
películas cada vez más increíbles,
caras tornasoladas un día a verde, otro a azul
y su constante olor a medicamentos...
Empecé a llamarlos El Trío Problemas,
les decía que éramos Mi Novia la Barra y el Trío Problemas
directamente desde Boza,
el supermercado al que se acercaban a pillar.
Estaba cansado, asqueado con la idea de que, finalmente,
más que música,
parecía que hacíamos el grito de la cabra
cuando la degüella el carnicero.
Se lo comenté a Jesús y estuvo de acuerdo,
en Madrid o Barcelona no seríamos unos colgados,
seríamos normales,
dos almas torturadas con un extraño sueño
que no cabía en aquel pueblo.
Hicimos planes,
pero las evidencias pesaban más que nuestros deseos.
Cada vez que intentábamos marcharnos
era como si el pueblo se expandiera más y más,
haciendo que las calles midieran miles de kilómetros,
calles interminables de las que era imposible salir.
Un treinta y uno de diciembre, en el funeral de Camilo,
se lo dije a Jesús.
Nos hemos jugado la vida en esto, pero
no hemos podido sacar a la victoria
de las garras de la derrota,
que diría Johnny Thunders.
Todo ha terminado.
Somos la Generación Vacía.
Cae el sol a plomo
cuando rematamos de pintar la fachada.
Le digo a David y a sus ojos rojos y faltos de sueño
que hace años yo tuve un grupo.
-Ah, ¿sí?, de sevillanas, ¿no?
-Sí, de sevillanas.