Fotomatón desde la mirada de Carlos Reyman Güera
Fotomatón desde la mirada de Carlos Reyman Güera
La poesía de Felipe Zapico es una teoría del vuelo, unas veces alto,
otras profundo, incluso cuando es rasante, y aún sin ser dado a las
acrobacias, alguna vez se le ha visto ejecutar algún looping. Lo mucho
que me gusta a mí la poesía de Zapico nace, entre otras cosas, de mi
admiración por su trato directo con las palabras, sin ambages, de la
manera más natural para decir lo que hay que decir, tensando el lenguaje
hasta su descarga lírica, como un golpe, una vibración, una alarma con
todas sus luces parpadeando... y ahí está el poema, qué fácil parece y
sin embargo, cuánta maestría.
Ahora que se acercan las fiestas de
seguir regalando cosas, los pocos suplementos literarios que quedan
harán sus listas de los libros del año. Si yo pudiera participar en
alguna elegiría, sin duda, como libro del año: Fotomatón. Lo digo, no
sólo y sospechosamente desde la amistad, sino completamente en serio,
tan rigurosamente en serio como me es posible. Además, Fotomatón
resuelve el enigma de quién era realmente El ladrón de peras, un tal
Santos Perandones, quien para borrar cualquier indicio, ha transformado
lo sustraído en esas fotografías de inesperado carácter holográfico,
hechas de palabras de poemas propios que se confunden con los poemas
allí escritos, un deslindamiento que lleva a un poema de hibridación
único. Hacía falta robar las peras para convertirlas en dones (Pera n
dones).
Resuelto el misterio aviso de que el lunes vuelvo a hablar de
Zapico, se presenta Cosas, su primer poemario y ninguno queremos
perdérnoslo.
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